El pensamiento ilustrado, una manera de percibir al mundo tan lógica, tan
racional. Desde la Revolución francesa, bajo los razonamientos de Heidegger,
Schopenhauer, Nietzsche, Ortega y Gasset, el pensamiento ilustrado fue ganando
credibilidad y poder sobre el pensamiento humano. Horkheimer, Adorno y Marcuse
iniciaron la Escuela de Frankfurt bajo este tipo de pensamiento. Manejando con
extrema racionalidad sus argumentos sobre las sociedades y el hombre mismo. La
teoría crítica no era más que una extensión del pensamiento ilustrado. ¿Acaso
su lógica era tan imposible de refutar? Llega entonces Walter Benjamín, que
siendo tal vez irónicamente un seguidor de Adorno, se hace el cuestionamiento
al que tanto se refieren los ilustrados, y es capaz de formar una crítica a lo
que sus maestros llamaban teoría crítica. Este choque de ideas se hizo más
presente con Habermas, luego de varios años. Entonces observamos los principios
de la razón ilustrada cuestionarse por primera vez. Era la caída del
pensamiento ilustrado.
Los principios del pensamiento ilustrado eran dos: La razón y la
dialéctica de la oposición. De origen marxista, la teoría crítica se manejó
desde estos principios. Adorno y Horkheimer hicieron una crítica a la sociedad durante
de la Segunda Guerra Mundial. Se habían percatado de que los marxistas de ese
entonces en realidad sólo construían sociedades para su propio beneficio. Indicaban
que el hombre sólo podía ser estudiado a través de su vida cotidiana, una
sociología total. Descubrieron el impacto de los medios y la propaganda hacían
efecto en la mente de las personas. Comenzaron entonces a referirse a conceptos
como sociedad de masas e industria cultural. Adorno veía esto de
un modo bastante ilustrado, pues él comparaba la mente del hombre con el arte.
El arte era todo lo que el hombre era, y por tanto, su esencia. Con la llegada
de la reproducción industrial, Adorno comenzó una crítica a la transformación
del arte y su vulgarización.
Según Adorno, el arte debía tener un aura, ser único y original, debía
ser una creación individual, y ser exhibida sólo en espacios selectos. También
debía ser motivo de reflexión para la mente humana y de enriquecimiento para su
alma. Sólo así podría producir una transformación en el hombre. Con la
reproducción industrial, las obras abandonaban su aura, eran copiadas y
producidas en serie para la masa (masificación), expuestas en cualquier espacio
y repleta de estereotipos que impedían el enriquecimiento espiritual. La
prostitución del arte, mera comercialización.
En cierta forma Adorno no estaba del todo equivocado. Los estereotipos
ahora se han industrializado tanto, que gran parte de las obras artísticas
ahora comparten los mismos rasgos. Las novelas y películas, sobre todo, han
estado regidas mucho tiempo con las mismas figuras, como ser los superhéroes y
los villanos, los inteligentes y los de fuerza bruta, los indefensos y los
indestructibles. Una prueba fehaciente de la presencia del pensamiento ilustrado
y su dialéctica de la oposición.
Adorno veía toda esta industria cultural como una banalización discursiva
para el hombre, justo por el punto tocado en el anterior párrafo. Una historia
no podía ser buena si el protagonista no tenía un antagonista. ¿Y quiénes
construían los estereotipos? La gente adinerada. E allí la protesta del
marxismo. Los medios, manejados por apenas unos cuántos hombres adinerados,
manejan de por sí la forma de pensamiento humano. El mercado se llena de
productos e ideas de los que gozan de poder y dinero. El resto, simplemente
pierde su autonomía y su libre albedrío, siendo obligada a consumir, sin tener
tiempo siquiera de analizar lo que está consumiendo. El hombre unidimensional
de Marcuse, incapaz de ver más allá de lo que le ponen delante.
El arte entonces, llega a reflejar no sólo al pensamiento del hombre,
sino a su transformación a través de la historia. Y si el arte se degradaba,
era porque el hombre estaba sufriendo el mismo destino. No obstante, antes de
resignarnos ante esta triste y destructiva realidad del hombre, abramos los
ojos. Veamos más allá de lo que nos han impuesto Adorno y Horkheimer, y su
teoría crítica. Estoy refiriéndome al pensamiento olvidado de Walter Benjamín,
también de la Escuela de Frankfurt.
Benjamín fue en definitiva uno de los hombres más críticos que la Escuela
de Frankfurt haya podido tener. No sólo cuestionó el pensamiento dominante de
la teoría crítica, sino que tuvo razón al hacerlo.
Para Benjamín, no era posible que un hombre se guiara total y únicamente
por la razón. Consideraba aquello imposible debido a su propia naturaleza como
ser humano. Llega entonces su concepto de sensorium.
Benjamín había decidido observar la sociedad desde una perspectiva nueva. A
diferencia de Adorno y Horkheimer, él fue a mezclarse personalmente con la urbe
y aprendió mucho de esas experiencias. El sensorium se compone de dos aspectos
principales: La razón y la sensorialidad. Si bien el hombre era el ser más
racional de los animales, no podía dejar de lado sus emociones. Todas esas
pasiones e instintos que tanto margina el pensamiento ilustrado forman en
realidad una unidad con la razón dentro el ser humano. Partiendo de esto, no
existiría un pensamiento crítico único, una lógica única. Nos abrimos paso a la
escala de grises que el pensamiento ilustrado se negaba a ver.
Si bien no existe una verdad absoluta para el pensar humano, ¿cómo podían
los ilustrados inferiorizar a gran parte de las personas y denominarlas masa
acrítica? En lugar de limitarse a ver qué hacía la industria cultural con la
gente, comienza a preguntarse qué hacía la gente con la industria cultural.
Descubre que a pesar del mercado y la manipulación de los medios, la gente
podía discernir sobre qué consumir y qué no, y el por qué de ello. Comenzaría a
verse lo que es el capital simbólico, pero sobre todo, demostraría que teorías
como la aguja hipodérmica eran falsas. El sujeto tenía criterios propios
formados de acuerdo a sus propias experiencias, por lo que ningún sujeto era
similar a otro. Por primera vez desde la dominación del pensamiento ilustrado,
el sujeto recuperaba su capacidad crítica, al igual que su naturaleza humana.
Retornaba a la sociedad.
La ciudad se conformaba de esto, para Benjamín. Él encontraba huellas de
cada vida, de cada familia. Huellas que eran dejadas en espacios de la urbe
apropiados por la gente y sus vivencias. La mezcla de culturas que uno podía
encontrar, la mezcla de épocas. Casas coloniales, casas modernas; casas
pequeñas, mansiones de lo más ostentosas; nombres de calles, monumentos
históricos. Las huellas son fruto del sensorium, porque no fueron criterios
lógicos los que decidieron poner esos monumentos, o denominar una calle con
dicho nombre. No es por la razón que se construyen los distintos tipos de
casas, ni se elige el color de las mismas. En la ciudad podían manifestarse
conspiraciones de toda clase, desde los más sencillos graffitis en las paredes
hasta las más organizadas fiestas. El atentado contra un orden establecido,
disconformidad, producto de una serie de experiencias propias de los
participantes. Sensorium. Y por último, Benjamín indagó en la experiencia de la
multitud: Si el retorno del sujeto y su capacidad crítica era evidente con todo
lo que veía, fue definitivo al comprobar su elección a pertenecer a
determinados grupos para poder constituir su deseo de pertenencia. Dentro la
multitud, el individuo pasa a ser una totalidad con el resto de sus compañeros.
Un grupo de personas con criterios similares (no iguales) basados en su propia
experiencia. Una vez más, observamos al sensorium.
Así como se dio este cambio epistemológico con respecto a la industria
cultural, Benjamín debía analizar la concepción del arte y su degración:
Su forma de percibir la reproducción industrial era muy diferente a como
la veía Adorno. Para Benjamín, el hecho de que el arte haya sido llevado
también a espacios propios de las masas, no le hacía perder su aura. El arte no
dejaba de ser arte. ¿Qué cambió entonces? Fue desublimado. En lugar de verlo
como algo inalcanzable para el hombre común, lo hacía más humano, más posible.
Sería más bien positivo, pues de ese modo varios artistas podrían llegar a
descubrir su potencial al contemplar más arte. De esa forma, el arte era
también democratizado, pues no estaba sólo al alcance de unos cuantos, sino de
la mayoría. Democracia. En cuanto a los estereotipos, al mismo tiempo que
alguien observaba arte, era capaz de percibir el mundo desde un punto de vista
diferente al suyo, rompiendo así con el formato estándar al que se refería
Adorno. Los protagonistas ya no eran sólo superhéroes o villanos. Independiente
a los motivos, el arte seguía siendo arte.
Consecuentemente, Benjamín fue capaz de romper el pensamiento ilustrado
con sólo recordarnos lo que es en verdad la naturaleza humana. Así como el
hombre no podía regirse bajo una razón absoluta, los conceptos creados por la
dialéctica de la oposición eran completamente irreales. Al faltar una verdad
única nadie podía establecer con exactitud ambos opuestos. No habían blanco y
negro establecidos dentro la sociedad.
Gracias al pensamiento de Benjamín, nacieron varios estudios dedicados a
contemplar la sociedad, la ciudad. Jurgen Habermas fue uno de los principales
teóricos que siguió su línea de pensamiento.
Habermas al igual que Benjamin afirmaba que no existía una razón
absoluta, pues con el sensorium era imposible que se diera tal concepción. Manejando
el principio del sensorium, Habermas creó otro concepto muy manejado en la
actualidad: La subjetividad.
La subjetividad es definida en los diccionarios como lo oposición entre
el sujeto y lo externo a él. Como algo perteneciente al sujeto mismo y no al
objeto al que se refiere. Esta subjetividad parte de las experiencias de cada
sujeto, pues lo que alguien consideraría frío podría ser considerado por
alguien más como tibio. La subjetividad es lo que nos depara del resto de las
personas, nuestra propia mezcla entre la razón y la sensorialidad. Si para
Habermas cada ser humano es subjetivo, entonces dejaría de regirse solamente
por la razón, y dejaría de ver los blancos y negros de la dialéctica de la
oposición para observar también los grises. Es la crítica que propone Habermas
a la razón ilustrada, y su imposibilidad de ser. Así como el sensorium de
Benjamín, la subjetividad es complemente distinta de una persona a otra,
poniendo de la misma manera a la objetividad. Dado que la objetividad debería
ser la razón pura, no podría existir para ningún sujeto que posea subjetividad
y sensorium. Por lo tanto, no existe.
Habermas nos habla también sobre la teoría de la acción comunicativa, o
más bien, de la intersubjetividad. Este proceso se da a partir del intercambio
de subjetividades entre los sujetos. Si no es posible que dos personas
compartan el mismo sensorium, cabe la posibilidad de aprender una de la otra,
de comunicarse, de expresarse tanto racionalidades como sus sentimientos,
sensorialidades. De esta forma seríamos capaces de observar la realidad desde
más puntos de vista aparte del nuestro. Una de las maneras más hermosas de
hacerlo es a través del arte. El arte que tanto vanagloriaba Adorno, es en
realidad una muestra de nuestra humanidad, repleta de subjetividad y sensorium.
La industria cultural, para Habermas, llegaría a simpatizar con la de
Benjamín. Una urbe que está llena de intersubjetividad estará en constante
transformación al ser capaz de percibir al mundo desde diferentes y variadas
perspectivas. Al estar en un devenir constante, se producirán también todo tipo
de cuestionamientos, conspiraciones, rompiendo ideales y verdades absolutas
para la humanidad. Si bien esto es una pérdida
de la inocencia, es también una pérdida de ingenuidad, una “iluminación” a
una realidad más… real. El sujeto no sólo ha retornado a la sociedad, sino que
la sociedad está retornando al sujeto.
Un ejemplo de todo esto: La Naranja Mecánica, de Anthony Burgess. Fue de
creación individual, creativa, comercializada hasta con película, vendida en
todo tipo de lugares que dispongan libros, volviéndose así casi parte de lo
popular. Adorno diría que es una prostitución pura del libro, pues incluso en
sus páginas el mismo autor revela la necesidad económica que tenía cuando
encontró una editorial para su nueva obra. No obstante, el libro es considerado
una gran obra literaria, tanto por el contenido como por la forma en que está
narrada. Es igual que si un jefe ejecutivo o un vendedor de periódico lo
leyese: El contenido del libro no cambia. Tanto si es expuesto ante minorías
selectas o en pleno centro de la urbe. Ahora, lo que cada persona aprenderá del
libro, si le hará reflexionar y cambiar, es depende de la propia persona y su
intersubjetividad con el libro. Si lo encontrará conmovedor, trágico,
decepcionante o una pérdida de tiempo y dinero total, basados en criterios
lógicos o racionales, será debido a su propio sensorium, su propia línea de
experiencias. Si el libro es considerado una gran obra, será porque ha agradado
a la mayoría, o justo a las personas adecuadas para recibir tal calificación.
No existe una verdad absoluta, nada que esté completamente bien o mal. El libro
es puesto al alcance de todos para que cada uno lo defina por sí mismo. Nada
más.
En conclusión, el pensamiento ilustrado tuvo su época. Una época fría y
triste ante la dominación de las masas y la gran decepción. A pesar de ser un
pensamiento tan cerrado, sus repercusiones fueron enormes, incluso hoy en día
se lo sigue viendo ya sea en películas, novelas, universidades, o en las
propias familias. Si bien Benjamín y Habermas demostraron su imposibilidad y
trazaron nuevas líneas de pensamiento más positivos con respecto al hombre, son
aún pensamientos jóvenes a comparación de la razón ilustrada. El pensamiento
ilustrado será difícil de superar, puesto que incluso estas dos críticas siguen
formando una especie de dialéctica de la oposición. Nada está establecido
absolutamente.
Algo es seguro: seguiremos cambiando.
*Escribí este ensayo durante el semestre I del 2011 para la materia Comunicación Masiva.
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