domingo, 12 de mayo de 2013

(¿) La caída del pensamiento ilustrado (?)




El pensamiento ilustrado, una manera de percibir al mundo tan lógica, tan racional. Desde la Revolución francesa, bajo los razonamientos de Heidegger, Schopenhauer, Nietzsche, Ortega y Gasset, el pensamiento ilustrado fue ganando credibilidad y poder sobre el pensamiento humano. Horkheimer, Adorno y Marcuse iniciaron la Escuela de Frankfurt bajo este tipo de pensamiento. Manejando con extrema racionalidad sus argumentos sobre las sociedades y el hombre mismo. La teoría crítica no era más que una extensión del pensamiento ilustrado. ¿Acaso su lógica era tan imposible de refutar? Llega entonces Walter Benjamín, que siendo tal vez irónicamente un seguidor de Adorno, se hace el cuestionamiento al que tanto se refieren los ilustrados, y es capaz de formar una crítica a lo que sus maestros llamaban teoría crítica. Este choque de ideas se hizo más presente con Habermas, luego de varios años. Entonces observamos los principios de la razón ilustrada cuestionarse por primera vez. Era la caída del pensamiento ilustrado.

 Los principios del pensamiento ilustrado eran dos: La razón y la dialéctica de la oposición. De origen marxista, la teoría crítica se manejó desde estos principios. Adorno y Horkheimer hicieron una crítica a la sociedad durante de la Segunda Guerra Mundial. Se habían percatado de que los marxistas de ese entonces en realidad sólo construían sociedades para su propio beneficio. Indicaban que el hombre sólo podía ser estudiado a través de su vida cotidiana, una sociología total. Descubrieron el impacto de los medios y la propaganda hacían efecto en la mente de las personas. Comenzaron entonces a referirse a conceptos como sociedad de masas e industria cultural. Adorno veía esto de un modo bastante ilustrado, pues él comparaba la mente del hombre con el arte. El arte era todo lo que el hombre era, y por tanto, su esencia. Con la llegada de la reproducción industrial, Adorno comenzó una crítica a la transformación del arte y su vulgarización. 

Según Adorno, el arte debía tener un aura, ser único y original, debía ser una creación individual, y ser exhibida sólo en espacios selectos. También debía ser motivo de reflexión para la mente humana y de enriquecimiento para su alma. Sólo así podría producir una transformación en el hombre. Con la reproducción industrial, las obras abandonaban su aura, eran copiadas y producidas en serie para la masa (masificación), expuestas en cualquier espacio y repleta de estereotipos que impedían el enriquecimiento espiritual. La prostitución del arte, mera comercialización.

En cierta forma Adorno no estaba del todo equivocado. Los estereotipos ahora se han industrializado tanto, que gran parte de las obras artísticas ahora comparten los mismos rasgos. Las novelas y películas, sobre todo, han estado regidas mucho tiempo con las mismas figuras, como ser los superhéroes y los villanos, los inteligentes y los de fuerza bruta, los indefensos y los indestructibles. Una prueba fehaciente de la presencia del pensamiento ilustrado y su dialéctica de la oposición.

Adorno veía toda esta industria cultural como una banalización discursiva para el hombre, justo por el punto tocado en el anterior párrafo. Una historia no podía ser buena si el protagonista no tenía un antagonista. ¿Y quiénes construían los estereotipos? La gente adinerada. E allí la protesta del marxismo. Los medios, manejados por apenas unos cuántos hombres adinerados, manejan de por sí la forma de pensamiento humano. El mercado se llena de productos e ideas de los que gozan de poder y dinero. El resto, simplemente pierde su autonomía y su libre albedrío, siendo obligada a consumir, sin tener tiempo siquiera de analizar lo que está consumiendo. El hombre unidimensional de Marcuse, incapaz de ver más allá de lo que le ponen delante.

El arte entonces, llega a reflejar no sólo al pensamiento del hombre, sino a su transformación a través de la historia. Y si el arte se degradaba, era porque el hombre estaba sufriendo el mismo destino. No obstante, antes de resignarnos ante esta triste y destructiva realidad del hombre, abramos los ojos. Veamos más allá de lo que nos han impuesto Adorno y Horkheimer, y su teoría crítica. Estoy refiriéndome al pensamiento olvidado de Walter Benjamín, también de la Escuela de Frankfurt. 

Benjamín fue en definitiva uno de los hombres más críticos que la Escuela de Frankfurt haya podido tener. No sólo cuestionó el pensamiento dominante de la teoría crítica, sino que tuvo razón al hacerlo. 

Para Benjamín, no era posible que un hombre se guiara total y únicamente por la razón. Consideraba aquello imposible debido a su propia naturaleza como ser humano. Llega entonces su concepto de sensorium. Benjamín había decidido observar la sociedad desde una perspectiva nueva. A diferencia de Adorno y Horkheimer, él fue a mezclarse personalmente con la urbe y aprendió mucho de esas experiencias. El sensorium se compone de dos aspectos principales: La razón y la sensorialidad. Si bien el hombre era el ser más racional de los animales, no podía dejar de lado sus emociones. Todas esas pasiones e instintos que tanto margina el pensamiento ilustrado forman en realidad una unidad con la razón dentro el ser humano. Partiendo de esto, no existiría un pensamiento crítico único, una lógica única. Nos abrimos paso a la escala de grises que el pensamiento ilustrado se negaba a ver.

Si bien no existe una verdad absoluta para el pensar humano, ¿cómo podían los ilustrados inferiorizar a gran parte de las personas y denominarlas masa acrítica? En lugar de limitarse a ver qué hacía la industria cultural con la gente, comienza a preguntarse qué hacía la gente con la industria cultural. Descubre que a pesar del mercado y la manipulación de los medios, la gente podía discernir sobre qué consumir y qué no, y el por qué de ello. Comenzaría a verse lo que es el capital simbólico, pero sobre todo, demostraría que teorías como la aguja hipodérmica eran falsas. El sujeto tenía criterios propios formados de acuerdo a sus propias experiencias, por lo que ningún sujeto era similar a otro. Por primera vez desde la dominación del pensamiento ilustrado, el sujeto recuperaba su capacidad crítica, al igual que su naturaleza humana. Retornaba a la sociedad.

La ciudad se conformaba de esto, para Benjamín. Él encontraba huellas de cada vida, de cada familia. Huellas que eran dejadas en espacios de la urbe apropiados por la gente y sus vivencias. La mezcla de culturas que uno podía encontrar, la mezcla de épocas. Casas coloniales, casas modernas; casas pequeñas, mansiones de lo más ostentosas; nombres de calles, monumentos históricos. Las huellas son fruto del sensorium, porque no fueron criterios lógicos los que decidieron poner esos monumentos, o denominar una calle con dicho nombre. No es por la razón que se construyen los distintos tipos de casas, ni se elige el color de las mismas. En la ciudad podían manifestarse conspiraciones de toda clase, desde los más sencillos graffitis en las paredes hasta las más organizadas fiestas. El atentado contra un orden establecido, disconformidad, producto de una serie de experiencias propias de los participantes. Sensorium. Y por último, Benjamín indagó en la experiencia de la multitud: Si el retorno del sujeto y su capacidad crítica era evidente con todo lo que veía, fue definitivo al comprobar su elección a pertenecer a determinados grupos para poder constituir su deseo de pertenencia. Dentro la multitud, el individuo pasa a ser una totalidad con el resto de sus compañeros. Un grupo de personas con criterios similares (no iguales) basados en su propia experiencia. Una vez más, observamos al sensorium.

Así como se dio este cambio epistemológico con respecto a la industria cultural, Benjamín debía analizar la concepción del arte y su degración:

Su forma de percibir la reproducción industrial era muy diferente a como la veía Adorno. Para Benjamín, el hecho de que el arte haya sido llevado también a espacios propios de las masas, no le hacía perder su aura. El arte no dejaba de ser arte. ¿Qué cambió entonces? Fue desublimado. En lugar de verlo como algo inalcanzable para el hombre común, lo hacía más humano, más posible. Sería más bien positivo, pues de ese modo varios artistas podrían llegar a descubrir su potencial al contemplar más arte. De esa forma, el arte era también democratizado, pues no estaba sólo al alcance de unos cuantos, sino de la mayoría. Democracia. En cuanto a los estereotipos, al mismo tiempo que alguien observaba arte, era capaz de percibir el mundo desde un punto de vista diferente al suyo, rompiendo así con el formato estándar al que se refería Adorno. Los protagonistas ya no eran sólo superhéroes o villanos. Independiente a los motivos, el arte seguía siendo arte.

Consecuentemente, Benjamín fue capaz de romper el pensamiento ilustrado con sólo recordarnos lo que es en verdad la naturaleza humana. Así como el hombre no podía regirse bajo una razón absoluta, los conceptos creados por la dialéctica de la oposición eran completamente irreales. Al faltar una verdad única nadie podía establecer con exactitud ambos opuestos. No habían blanco y negro establecidos dentro la sociedad.

Gracias al pensamiento de Benjamín, nacieron varios estudios dedicados a contemplar la sociedad, la ciudad. Jurgen Habermas fue uno de los principales teóricos que siguió su línea de pensamiento.

Habermas al igual que Benjamin afirmaba que no existía una razón absoluta, pues con el sensorium era imposible que se diera tal concepción. Manejando el principio del sensorium, Habermas creó otro concepto muy manejado en la actualidad: La subjetividad.

La subjetividad es definida en los diccionarios como lo oposición entre el sujeto y lo externo a él. Como algo perteneciente al sujeto mismo y no al objeto al que se refiere. Esta subjetividad parte de las experiencias de cada sujeto, pues lo que alguien consideraría frío podría ser considerado por alguien más como tibio. La subjetividad es lo que nos depara del resto de las personas, nuestra propia mezcla entre la razón y la sensorialidad. Si para Habermas cada ser humano es subjetivo, entonces dejaría de regirse solamente por la razón, y dejaría de ver los blancos y negros de la dialéctica de la oposición para observar también los grises. Es la crítica que propone Habermas a la razón ilustrada, y su imposibilidad de ser. Así como el sensorium de Benjamín, la subjetividad es complemente distinta de una persona a otra, poniendo de la misma manera a la objetividad. Dado que la objetividad debería ser la razón pura, no podría existir para ningún sujeto que posea subjetividad y sensorium. Por lo tanto, no existe.

Habermas nos habla también sobre la teoría de la acción comunicativa, o más bien, de la intersubjetividad. Este proceso se da a partir del intercambio de subjetividades entre los sujetos. Si no es posible que dos personas compartan el mismo sensorium, cabe la posibilidad de aprender una de la otra, de comunicarse, de expresarse tanto racionalidades como sus sentimientos, sensorialidades. De esta forma seríamos capaces de observar la realidad desde más puntos de vista aparte del nuestro. Una de las maneras más hermosas de hacerlo es a través del arte. El arte que tanto vanagloriaba Adorno, es en realidad una muestra de nuestra humanidad, repleta de subjetividad y sensorium.

La industria cultural, para Habermas, llegaría a simpatizar con la de Benjamín. Una urbe que está llena de intersubjetividad estará en constante transformación al ser capaz de percibir al mundo desde diferentes y variadas perspectivas. Al estar en un devenir constante, se producirán también todo tipo de cuestionamientos, conspiraciones, rompiendo ideales y verdades absolutas para la humanidad. Si bien esto es una pérdida de la inocencia, es también una pérdida de ingenuidad, una “iluminación” a una realidad más… real. El sujeto no sólo ha retornado a la sociedad, sino que la sociedad está retornando al sujeto.

Un ejemplo de todo esto: La Naranja Mecánica, de Anthony Burgess. Fue de creación individual, creativa, comercializada hasta con película, vendida en todo tipo de lugares que dispongan libros, volviéndose así casi parte de lo popular. Adorno diría que es una prostitución pura del libro, pues incluso en sus páginas el mismo autor revela la necesidad económica que tenía cuando encontró una editorial para su nueva obra. No obstante, el libro es considerado una gran obra literaria, tanto por el contenido como por la forma en que está narrada. Es igual que si un jefe ejecutivo o un vendedor de periódico lo leyese: El contenido del libro no cambia. Tanto si es expuesto ante minorías selectas o en pleno centro de la urbe. Ahora, lo que cada persona aprenderá del libro, si le hará reflexionar y cambiar, es depende de la propia persona y su intersubjetividad con el libro. Si lo encontrará conmovedor, trágico, decepcionante o una pérdida de tiempo y dinero total, basados en criterios lógicos o racionales, será debido a su propio sensorium, su propia línea de experiencias. Si el libro es considerado una gran obra, será porque ha agradado a la mayoría, o justo a las personas adecuadas para recibir tal calificación. No existe una verdad absoluta, nada que esté completamente bien o mal. El libro es puesto al alcance de todos para que cada uno lo defina por sí mismo. Nada más.


En conclusión, el pensamiento ilustrado tuvo su época. Una época fría y triste ante la dominación de las masas y la gran decepción. A pesar de ser un pensamiento tan cerrado, sus repercusiones fueron enormes, incluso hoy en día se lo sigue viendo ya sea en películas, novelas, universidades, o en las propias familias. Si bien Benjamín y Habermas demostraron su imposibilidad y trazaron nuevas líneas de pensamiento más positivos con respecto al hombre, son aún pensamientos jóvenes a comparación de la razón ilustrada. El pensamiento ilustrado será difícil de superar, puesto que incluso estas dos críticas siguen formando una especie de dialéctica de la oposición. Nada está establecido absolutamente.

Algo es seguro: seguiremos cambiando.

*Escribí este ensayo durante el semestre I del 2011 para la materia Comunicación Masiva.

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