¿No les parece divertido que
siempre tengamos el corazón roto? Quiero decir, aún sin que alguien nos lo haya
roto, suele romperse de vez en cuando. Somos seres sociales, ansiamos
relacionarnos con los demás, no es inevitable. Y así como necesitamos sentirnos
vivos, creamos una serie de tragedias a nuestro alrededor. Desde que nos
fijamos en alguien por primera vez, se desata una novela a nuestro alrededor.
¿Me ha mirado? ¿Se ha reído de mí? Nos imaginamos todo de esa persona y el
efecto que tenemos en ella, cuando en realidad, esa persona no tiene la menor
idea de nuestra existencia.
No creo que sería adecuado tomar
a esas relaciones como no correspondidas, porque no es el caso. Más cercano
estaría el término de amor platónico.
Yo prefiero llamarlos, los amores
imaginarios.
El término lo saqué de una
película, que trata el concepto de una forma un tanto cruel y realista. Me
gustó tanto que decidí revivir mi blog escribiendo algo al respecto.
Esto se ajusta más al contexto
juvenil. Los dramas adolescentes abundan por todas partes. No obstante, me
quiero enfocar en aquellos amores que no alcanzan a ser verdaderos, que no
pasan a un plano real. Los amores imaginarios son los que creamos en nuestra
mente, inventando una historia llena de giros inesperados y momentos intensos
que mantendremos presente mucho tiempo.
Aquellos amores que creemos que
todos saben y que esa persona juega con nosotros, como una prueba para ganar su
afecto, pero que en realidad nadie conoce y sólo existe en nuestra mente. Que
toda esa catarata de sentimientos y emociones son únicamente nuestros,
almacenados en nuestro interior bajo protecciones innecesarias y hasta
perjudiciales.
Ese amor que todos sienten alguna
vez, que se fortifica a medida que vemos más a esa persona, que nos hace
derretirnos cuando pasamos por su lado, cuando la rozamos sin querer, cuando
está en el mismo cuarto que nosotros. Que nos eleva cuando confundimos una
mirada suya encontrándose con la nuestra, o que nos destruye cuando por mucho
que miremos, jamás se dé la vuelta.
Esos amores que nos forman como
personas, que nos permiten cosechar las futuras relaciones, que estructuran
nuestra imagen de pareja ideal, que nos hacen creer en la perfección humana y
nos rebajan a un estado de torpe cobardía que sin embargo es tan dulce que
disfrutamos ser masoquistas.
Y el final, cuando la novela
termina, si es que alguna vez lo hace, o cuando se acerca a su fin, es merecedor de una orquesta. Cuando debemos
seguir adelante, conocemos a alguien más o nos lanzamos a hablarle, a existir
para esa persona, nos despedimos de los amores imaginarios que cada día amenazan
con volver. Todo ese drama termina, cuando en realidad jamás empezó.
Lo cierto es que siempre estarán
con nosotros. Torturándonos amablemente, manteniéndonos con vida. Ya sea con
algún amigo, amiga, vecino, vecina, compañeros de trabajo, personas que
observamos cada día o de vez en cuando al mantener una rutina fija, como los
encuentros en micros, en lugares especiales, en alguna esquina, en la calle… El
mundo está demasiado lleno de relaciones invisibles.
Creo que todos los tuvimos, los
tenemos, los tendremos. Padecemos con ellos, renacemos, sobrevivimos. Y mucho
de lo que somos, sobre todo en el aspecto sentimental, se lo debemos a ellos.
Gracias a los amores imaginarios, por ilusiones, esperanzas y lágrimas reales.
Gracias.
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