miércoles, 4 de abril de 2012

La eterna mascarada


Desde que escuché que las personas utilizan diferentes máscaras para sus diversos espacios sociales, no he dejado de preguntarme cuántas podría tener cada persona sin llegar a perderse. Ya desde hace tiempo hace estoy segura de que cada persona amable tiene su lado rudo, así como cada persona agresiva tendrá su parte vulnerable, y normalmente, a mi criterio, en igual cantidad. 

Entonces, ¿cómo hacen para elegir sus respectivas máscaras? ¿Uno las elige? Me da risa cada vez que noto alguna máscara puesta de improviso por alguna persona. Es como si se aventuraran para despertar alguna reacción deseado en los demás. Es difícil de explicar, pero es divertido observar a la gente y su comportamiento.

También cuando leo algo. Si bien guardo un enorme respeto a los libros que me gustan e incluso a los que no, si conozco a la persona que lo ha escrito y advierto ciertas cosas que no sabía, o no veía a la luz, me sale una sonrisa porque la he descubierto. Hoy, por ejemplo, al leer un poco de cierto libro que no diré, estructuro al personaje que leo como uno y ciertamente veo uno distinto cuando me encuentro con la persona real. ¿Es así como se concibe esa persona?

Yo misma no puedo excluirme al respecto. Muchas veces actúo según las personas que me rodean. Ya sea por la interminable y simbólica lucha del poder en el que todos participamos aún sin pretenderlo o por simple curiosidad de conocer cómo reaccionar dichas personas. Confieso aquí que he formado máscaras muy fuertes junto a mi rostro, tan cómodas y llamativas que me resultan difíciles de sacar.

He aquí el gran dilema, ¿cuál es límite entre simples o complejas máscaras y el riesgo de formar más de una personalidad? Porque sin duda son cosas similares, creo yo, pero ciertamente la doble o múltiple personalidad tiene que ser peor, casi imposible de controlar. Con las máscaras es más como si jugáramos, como si estuviéramos en un baile medieval carnavalezco en  nos divertíamos al cambiar de identidad, aunque sea por un momento.

En fin, creo que la forma en cada uno se concibe es el modo en que creará su máscara. Puedes decorarla a tu antojo, pintarla, romperla, coserla, lo que quieras, porque muy poca gente te conoce sin tu máscara puesta. Es como un maquillaje mental, uno al que nos hacemos adictos con facilidad asombrosa. Haz una cosa: Pregunta a los demás cómo eres, y descubrirás varias de las máscaras que has formado incluso sin saberlo. Sólo algunos se acercarán a tu verdadero yo.

Y aquí viene el inevitable problema, ¿quién demonios eres tú? Si es que dudas sobre una identidad u otra, o niegas por completo una, es que te has perdido. Las máscaras son en extremo complejas, no hay una máscara que te vuelva malo o bueno, al menos no completo. Con esto no pretendo ser maniqueísta ni mucho menos alguien de categorías cerradas. Pero el tener más de una identidad firmemente arraigada, o peor, el no tener ninguna, significaría que has perdido a tu verdadero yo. Le has hecho demasiados trasplantes, implantes, teñidos, que ya no recuerdas cómo eras antes de que la sociedad te corrompiera. Porque la sociedad es la madre de todas las tiendas, la anfitriona de nuestra eterna mascarada.

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