sábado, 24 de noviembre de 2012

Essay: Escuchar para hablar, pensar para reflexionar


Muchas veces se dice que tienes que pensar las cosas antes de decirlas, que hay que tener mucho cuidado con respecto a lo que se va a decir, pues las palabras tienen un poder ilimitado sobre una persona. Es verdad, muchas veces nos dejamos llevar por impulsos infundados, que lejos de estar justificados pueden llegar a ciertos extremos de ignorancia que difícilmente llegamos a conciliar.

¿Qué significa pensar? Significa entrar en diálogo contigo mismo, en examinar posibilidades y lógicas que podrían no estar a tu alcance. Estos pensamientos pueden darse muy rápido, y de muchas formas, pero hay un tipo de pensamiento que nos obliga a detener nuestro entorno y a adentrarnos en nosotros mismos para hacer un poco de introspección. Estoy refiriéndome a la reflexión.


Estamos en la sociedad del comercio, del dinero, y la productividad. Envueltos en un reloj que controla con recelo cada segundo que respiramos. El Internet nos trajo información continua a tiempo real, de modo que las barreras del tiempo se han visto invadidas por nuestra curiosidad insaciable y nuestras ansias de más. Ahora somos capaces de pagar el doble por un producto sólo para no perder tiempo esperando. ¿Pero qué conlleva esto? El no tener tiempo para esperar algo, significa no tener tiempo para apartarse unos instantes de esta sociedad acelerada. En vez de detenernos a ver un programa con completa atención, por ejemplo, lo hacemos mientras estamos en el computador, al teléfono, cocinando, etc. La multifuncionalidad es otra característica del mundo que está constante apurado y contra reloj.

La reflexión es ya prácticamente una cualidad. Son pocos los que dedican su completa atención hacia algo son capaces de analizarlo y descubrir en qué aporta con su vida y crecimiento personal. Ahora ya no te detienes a contemplar el cielo, ni a escuchar lo que tu vecino te quiere decir. Sólo buscas ser productivo, porque el sentido de tu vida tiene que mantenerte ocupado. Si no estás haciendo algo, dedicándote a algo, no eres productivo, no eres útil y por tanto, no tienes sentido de existir. Aquellos que se detienen un momento a pensar sobre lo que están haciendo obtienen respuestas a preguntas que ni siquiera tenían idea de haberse planteado, pero que estaban allí. En cambio, los otros, no se dan cuenta de las preguntas, por lo que tampoco buscarán respuestas. La información les llego precipitadamente, eliminando cualquier introspección posible y resultando más bien en muchas más dudas sobre cosas evidentemente innecesarias y superficiales.

Es verdad que en muchas religiones el momento de mayor valor es cuando uno está sumergido en el silencio. Alguna vez escuché que la verdad estaba dentro de nosotros, que sólo teníamos que encontrarla. La reflexión puede llegar a obrar maravillas, y al momento de hacer cambios en tu vida, es recomendable e imprescindible. Actualmente vivimos tan apresurados, que difícilmente aceptamos a ir a un retiro, a viajar en un transporte sin música, a estar sentados o recostados en la quietud de la que estamos tan marginados adrede. ¡Si ni siquiera se puede pensar en un ascensor, pues ahora le ponen música! Y no quiero decir que la música evita la reflexión, desde luego que no, mas es una distracción tentadora para nuestras mentes escurridizas.

Me atrevería a afirmar que para una adecuada reflexión se requiere entrenamiento. Primero para desatarse del mundo exterior y después para poder adentrarnos en nuestro mundo interno. Es difícil, es como comenzar a caminar a otro ritmo, totalmente solos. Y es que muchos tienen miedo a quedarse solos, a veces por el hecho de no soportarse a ellos mismos o por el miedo a auto-conocerse. De ahí el súbito éxito de las redes sociales: Incluso estando en un rincón alejado del mundo completamente aislado, por medio del Internet, no lo estás. Tienes a un todo un grupo de amigos a tu disposición. Con la llegada de las NTICs, ni siquiera estás solo en la intimidad de tu baño, porque cualquiera puede llamarte a tu celular o tú puedes navegar en la web con el incansable 3G.

Lo que me lleva al siguiente punto: Con las tecnologías tú eres el centro de atención, sobre todo con el Internet. Tú eres quien regula la información que recibes, a quienes permites el ingreso a tus redes sociales. Y es aumento en el egocentrismo se ve directamente reflejado al momento de volver a la realidad. Poco a poco, estás más pendiente de lo que tú les dirás a los demás, que de lo que ellos te digan a ti. De pronto eres más importante, por lo que ellos nunca tendrán razón. Esto conlleva el fenómeno de los “oídos sordos”. Tan metido estás en ti mismo, que te olvidas de los demás. Ya no preguntas su estado anímico, ya no buscas un diálogo profundo. De modo que las palabras serán, en cierta manera, más alejadas de la realidad.

Así que, enfoquémonos en el proyecto de evangelización. ¿Cómo alguien puede evangelizar estando con “oídos sordos” y apartado de su realidad interior? Para poder transmitir la palabra de Dios a los demás, primero tenemos que sentirla, entenderla, comprenderla, y practicarla en nuestras propias vidas. Si queremos ponernos en contacto con Dios, percibir al Cristo que llevamos dentro, tenemos que hacer sí o sí una introspección profunda y reflexionar sobre lo que podría ser nuestro papel en el Plan Divino.

En el texto se mencionaba que en el silencio la Palabra de Dios podía prolongarse, alargando así su luminosidad para el espíritu humano. Hay saber qué palabras transmitir, para que así, al momento de reflexionar sobre ellas, puedan ofrecer un amplio gama de emociones y valores para aquel que escuche.

La evangelización no es cosa sencilla. Los predicadores no sólo deben armarse con herramientas de carisma y elocuencia, deben estar también al tanto de las últimas noticias, de los problemas y conflictos, y desde luego, conocer el lenguaje y medio apropiado para el público al que pretende llegar. Por este motivo es que la Iglesia no puede prescindir de los medios de comunicación, y de hecho debe sacarle el mayor provecho para que así su misión de transmitir la Palabra de Salvación pueda cumplirse adecuadamente para los oyentes.

Requiere un acto de humildad por ambas partes. Hay que tener cuidado de que al momento de evangelizar no se trate una imposición de ideas, porque es el riesgo de no saber escuchar y dialogar con el otro. De la misma manera, la persona receptora del mensaje tiene que ser capaz de escuchar con atención, con los cinco sentidos, porque a partir de lo que se recibe que se hará una reflexión sobre la Buena Nueva. El error llega a ser en ambos terrible, el de imponer y el de resistirse a escuchar.

Tanto la palabra como la escucha, el silencio y la reflexión, es lo que nos hará progresar como personas, nos harán conocernos mejor. Porque la evangelización comienza de uno mismo. Nos comunicamos con Dios en el silencio, reflexionamos hábilmente en nuestro pensamiento y predicamos con honestidad y sabiduría luego de superar el complejo de los “oídos sordos”.

Basta de la sociedad acelerada, es momento de conversar con Dios, con nosotros mismos y con la sociedad.



*Ensayo (junio 2012) basado en el texto “El silencio y la palabra: camino de evangelización” escrito por el Papa Benedicto XVI.

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