El teatro viene de una palabra griega que significaría “lugar para contemplar”. Existe desde hace mucho tiempo, y a pesar de que en estos días estamos en pleno apogeo de las pantallas, sigue siendo un arte popular activo. La gente que asiste a un teatro, lo hace para presenciar una historia llena de sentimiento, para transportarse de una manera más profunda que en las películas. La gente en el teatro ve personalmente a estos actores y escuchan sus líneas de su talentosa memoria. Cuando uno se adentra a un teatro, se adentra en realidad a otro mundo, a otra época o una distinta vida de la que creía conocer. Es por eso que se requiere silencio y concentración en una obra, porque aparte de perder el hilo de la trama, te desconectas por completo de ese mundo, y te acuerdas de repente de la actual y verdadera realidad.
El monólogo, es un discurso de una sola persona sobre su modo de pensar o su particular vivencia. Es una gran forma de representar a un personaje en pleno conflicto consigo mismo. Un monólogo bien hecho, no se estructura sólo de palabras. Así como en un discurso, los gestos, los movimientos, todo el lenguaje corporal es de suma importancia. Los distintos ademanes, y la entonación de las palabras, se mezclan en una armonía tal, que realmente te hace sentir los sentimientos de la persona, y te hacen conocer su modo de reaccionar ante éstos. Depende del que lo interprete, un monólogo puede ser extenso sin llegar a aburrir al público, así como también puede ser muy corto, pero impactante.
En el caso del monólogo de “Crónicas de una muerte anunciada”, el actor toma la última parte de la novela para su interpretación, sirviéndose de la música de una guitarra que él mismo toca en algunas partes de su monólogo.